Como todo aquello que ha pasado por el filtro del romanticismo, con el devenir del tiempo a Antonio Stradivari se le ha rodeado de un halo de misterio que ha terminado forjando una leyenda entorno a su obra. Leyenda que ha llegado a desvirtuar el verdadero mérito de este maestro: la auténtica pasión que sentía por su oficio.

Si algo caracteriza a Stradivari durante su larga trayectoria profesional es su constante búsqueda de la perfección, su afán por superarse a sí mismo día a día. Algo que, a primera vista, puede parecer obsesivo pero que, una vez analizado su trabajo, nos descubre al gran maestro que fue. Aún en sus últimos años (¡Vivió 93 años!) podemos contemplar con asombro cómo surgen nuevos modelos y modificaciones de los diseños anteriores.

Ciertamente no se puede negar la evidencia, y es que sus instrumentos, con 300 años de historia de por medio, no han sido igualados por ningún otro. Esto ha dado pie a multitud de teorías, intentando justificar el porqué nadie hasta nuestros día ha sido capaz de superar al gran maestro de la lutería.

Así pues ¿Cuál era el gran “secreto” que Stradivari se llevó consigo a la tumba?

Multitud de investigadores, unos con verdadero afán científico y otros simplemente unos advenedizos, se lanzaron a la búsqueda de tamaño secreto cual si del Arca de la Alianza se tratara.

Hemos tenido que escuchar múltiples teorías, unas hasta cierto punto aceptables, otras descabelladas: Que si la madera que empleaba era única y especialísima. Que si todo estaba en el barniz, cuya receta guardaba un secreto indescifrable. Que si su sistema de construcción se basaba en proporciones que seguían ciertos principios esotéricos. Y qué se yo cuántas cosas más.

La última de la que tengo noticia es un experimento muy reciente en el que un lutier, en colaboración con un bioquímico, ha construido unos violines con una madera tratada con un microhongo, que “trabaja” la madera en el interior de su estructura (vamos, que se la come), intentando demostrar que la madera empleada por Stradivari era “defectuosa” al estar atacada por hongos y era la acción de estos hongos la que hacía que la madera tuviera esa sonoridad, ¡Pero, se puede ser más simple! Bueno, y esto es sólo un pequeño ejemplo.

Desgraciadamente, todas estas teorías llevan a una trivialización del trabajo del maestro y a una simplificación de su éxito.

Dado el carácter mitómano de nuestra sociedad, es normal que todavía se siga aceptando la existencia de ese secreto, pero todas las explicaciones dadas, a día de hoy, se caen por su propio peso: la madera que usó Stradivari es la misma que pudieron tener a su alcance sus colegas de la época (Guarneri, Rogeri, Ruggeri, H. Amati, etc.) y, evidentemente, el resultado no fue el mismo, aunque en algunos casos se equiparara.

En cuanto al barniz, la escuela clásica cremonesa empleó el mismo tipo de barniz, con los mismos ingredientes y con una calidad muy similar, si bien el barniz de Stradivari destaca por su belleza y su trasparencia. Y qué decir en cuanto al diseño. Nada de prácticas esotéricas ni cálculos basados en la astrología. Stradivari basó sus diseños en un principio estético básico y ampliamente utilizado en la época: la proporción aurea. Todas las modificaciones y diseños que Stradivari realizó a lo largo de su vida responden a un objetivo claro: encontrar la perfección acústica. Sus diferentes modelos son consecuencia de un minucioso estudio y de un metódico trabajo. Nada es dejado al azar.

Bajo mi punto de vista, el éxito de Stradivari radica en la genialidad de su persona. Era hábil, metódico, perfeccionista, poseía un conocimiento total de todas las facetas que su trabajo abarcaba. Como tantos otros han sido en las diferentes facetas del Arte, era, en fin, un genio.



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